Sin previo aviso / En memoria a César García Tafur
Después de 25 años la muerte visita a mi familia, pero está vez de manera repentina. Dos muertes diferentes, una en la sabíamos que iba a suceder en un par de años y la otra, ni nuestras peores pesadillas alertaría una tragedia.
La muerte de mi padre fue por una enfermedad incurable llamada Distrofia Muscular Amiotrófica, proceso que evolucionó en 4 años, pero que recién pudo ser diagnósticado en un hospital de la capital del Perú, 2 años antes de su deceso. Síntomas que empezaron desde la pérdida de la capacidad para caminar, encogimiento en las manos, pérdida en la masa muscular y finalmente su incapacidad para levantarse de la cama. Aunque uno nunca está preparado para la muerte de un familiar y menos de tu progenitor, su depresión y frustración de no poder continuar con su vida normal, nos hacía pensar que la muerte era la mejor salida ante su sufrimiento inevitable, pero no todo fue malo, su estado de salud, le dió la oportunidad de analizar sus errores y querer un cambio en su vida; le permitió despedirse de sus amigos y familiares y sobre todo de pedir perdón a los que él creyó que había lastimado.
Despedida que no pudo realizar mi hermano con anticipación, porque desgraciadamente se cruzó con un doctor que acabaría confundiendo los síntomas del virus del Dengue, por una enfermedad bacteriana llamada Leptospirosis, enfermedad que hasta ese momento era desconocida por toda una ciudad y que commocionó a miles de personas, convirtiéndose en una noticia mediática.
Y aunque hasta ahora no encontramos respuestas a nuestras preguntas y nuestros corazones se encuentran resquebrajado por el dolor, la vida sigue siendo hermosa por el simple hecho de que podemos respirar y porque somos capaces de elegir nuestros toppings a diario.
Redactado: 01/09/24
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